Oración y ayuno. Si la poetisa Luna de Miguel folla con Zeus, yo le hago un dedo a Hera. Oración y ayuno. Avena y vegetales. Y meditación. 
Si digo meditación, aquí acaba el poema.
SI digo meditación, digo río. 
Río y meditación no son palabras.
Son estados o municipios o pedanías de estrellas no inscritas en el padrón municipal. Han contratado a un jardinero de bosques en aquella  urbanización de estrellas que colinda con la galaxia que tiene pista de tenis. 

Si digo meditación, digo aquí y allí. 
Digo río, Si digo río, digo agua cayendo hacia la roca perforando la roca digo agua embotellada.

Por que si digo océano también acaba el poema. Porque océano no es una palabra. Es un océano o conjunto de palabras. Por qué no nos dicen que el océano es un sustantivo propio y colectivo como jauría. Aú hoy, a dos mil diecinueve y tres meses no nos dicen ni eso, ni que el océano aún tiene seres por descubir y si no que le pregunten, que le pregunten al viento por el océano. 


Si digo océano digo agua embotellada. Si el maestro dice que se puede ver el mar en un vaso de agua, yo digo que embotellemos el océano y esperemos ansiosos a ver si se esconden tras el logotipo de bezoya de solán de cabras aquellos seres que aún no hemos descubierto.

Si digo meditación digo aquí y allí.
Digo meditación y digo viento.

Digo que se puede tener un bungalow en la galaxia el número ocho y ser vecino de tritones extintos jubilados y que te llame Hera para que la sigas masturbando con tus manos de viento en el océano que tenéis en la piscina propia y colectiva.

Allí Hera expira agitada bajo el agua.
Aquí, el universo inspira el orgasmo de Hera.

Si digo meditación, digo Luna y digo Miguel.
Zeus y Hera. Dos deidades integradas en sustantivos.

Si digo Luna y estoy en tierra, digo meditación.
Digo aquí y allí.
No digo nada.
Inspiro. Inspiro. Expiro. Inspiro. Respiro. 
Comienza el poema. 







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