Su último sandwich cubano


Ayer probé 
mi primer sándwich
cubano,
el mismo día
que Fidel mojaba sus pies
en Bahía Cochinos
y comía su último sándwich
cubano.

La receta era la misma:
 ropa vieja cocinada
durante 12 horas
o 57 años
-con el machete entre los dientes-
aderezados con 
una loncha de queso,
cebolla y limón.

Cuando Fidel dio
el primer bocado 
a su último sándwich
cubano
detectó que alguien
había vuelto a untar mayonesa
en su ropa vieja
-como de costumbre- 
 volvió a escupir el veneno
sobre las olas
y se preguntó
si la revolución absolvería
-también-
a su hermano Raulito,
que estaba emparedado 
entre dos continentes rancios
-como su sándwich-
y cada vez
más untado.

Mientras tanto,
un cubano de florida en la diáspora,
cortaba en Madrid
el pan de mi sándwich cubano
con un machete de guerrilla
y me contaba que él preparaba
la misma receta que sus abuelas
pero sin limón.


Cuando comí
mi último trozo
del primer sándwich
cubano
me pregunté si la historia
me absolvería de tanto veneno.


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