La canción del verano

-1-

Al desnudar lo que dices
cuelgan tus soflamas al aire
desproporcionadas a tu cuerpo,
cuando beso tu boca de pancarta
y te subes esa falda tan retórica que tienes
aparece un radiocasete bajo tus bragas
enmarañado en esa mata de ortografía sin corregir.

Un casete programado bajo tu falda,
entre tus ingles de paréntesis
un casete en standby que repite:
que hay que soñar, que hay que soñar, que hay que…
y así hasta cuatro veces.

Luego pones la cinta de los gemidos enlatados,
la que dice lo bien que todos hacemos todo
y que muera el neoliberalismo y Monsanto,
y tienes otra canción con la boca llena de humus
que me suena a inglés y no la entiendo.

A veces, para torturarme,
subes el volumen al máximo,
como hacen con los presos en Guantánamo
y me dices que me cuide, que haga reiki;
que hay que cuidarse para cuidar,
y esto lo repites hasta que confieso
que yo atenté contra las torres gemelas,
que lo hice y que te quiero.

Entonces te volatilizas,
como el bicarbonato en el vinagre
te evaporas,
porque la palabra tequiero
es como una institución,
o una canción del verano
en un casette de gasolinera,
como una canción del verano
repetida en el hilo musical del país
antes de las elecciones,
todos los demócratas bailando tribales 
al son de quién se dice el rey de África,
bomba,
la canción de verano suena en las instituciones
como los tequieros en los chiringuitos,
y tu pasas de instituciones, de gasolineras y de chiringuitos de playa.

Bomba,
que milagro que te fueras,
pero te has dejado unos aceites esenciales
que no me han sanado
y me estorban en la estantería;
y un radiocasete escondido que repite
que hay que ser feliz, hay que ser feliz, hay que ser…


-2-

Prefiero la suerte del mar,
aquel hombre que desayuna café y barra de tomate,
que trabaja para una institución que no le representa
y que sonríe a todo el personal en la oficina
porque no sabe quién de ellos es su jefe.

Ese hombre no se puede ir de vacaciones
pero se inventa una playa para su familia.
 Llena todo el piso de arena , 
y mientras sus hijos hacen castillos en la cocina
él abraza a su mujer,
delante de una foto del mar cuando atardece, 
y le dice que hay que ver lo felices que son en Agosto
con un casete de las olas del mar de fondo:

la canción que se repite todos los veranos.

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